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Datos que no sabías del HIGO...
El higo es el fruto de la higuera. Existen diversas variedades de árbol, se dividen principalmente en higueras breveras e higueras comunes.
Se menciona que son originarias del este de Asia, desde donde se difundió hacia Europa y el resto de Asia. En América se ha documentado la presencia de variedades importadas de Europa a partir de 1520. Es una especie típica del clima mediterráneo, pero soporta también el frío. Los principales países productores de higo son Estados Unidos (California), Turquía, Grecia, Portugal y España. En México los estados con mayor producción son Morelos, Hidalgo y Veracruz.
En cuestión nutrimental, por sus pequeñas semillas y cáscara, el higo es fuente importante de fibra, la cual no sólo tiene efectos benéficos en el sistema digestivo sino también en la regulación de la glucosa en la sangre, el mantenimiento del peso y de una flora bacteriana saludable.
Es fuente de algunas vitaminas del complejo B, vitamina A y K, que participan en múltiples funciones vitales. Ayuda a mantener la salud ósea. También es fuente de potasio que ayuda a regular la presión sanguínea, en especial cuando las personas suelen consumir pocas verduras y frutas. Su pigmento azul-morado nos indica que contiene antocianinas, así como compuestos fenólicos, los cuales protegen nuestro ADN, evitando algunos procesos cancerígenos.
De hecho, se ha visto que aún cuatro horas después de consumirse, puede contrarrestar el efecto oxidativo que tiene en nuestras células el consumo de jarabe de maíz de alta fructosa comúnmente contenido en refrescos y otras bebidas azucaradas.
Como todas las frutas, recomendamos consumir el higo en forma fresca, ya que es la mejor manera de aprovechar sus vitaminas, minerales y antioxidantes. Los higos secos concentran sus nutrimentos, pero también concentran más calorías, por ejemplo 40 gramos de higo deshidratado contienen hasta cuatro veces más calorías que los mismos 40 gramos en forma fresca.

Un estudio vincula a la obesidad en las muejres con sus emociones.
BREVE RESEÑA
Las mujeres muestran una mayor ingesta de alimentos cuando algo las inquieta y les provoca ansiedad, tristeza o enojo. En los varones, presentan estilos de alimentación menos saludables. Con esta perspectiva, se buscan tratamientos más personalizados, que incluyan el manejo del estado de ánimo. Además: el efecto en la masa corporal y la influencia en la diabetes.
“Rica” es el calificativo que elige el informe para hablar de la discusión en torno al poder de las emociones en la dieta femenina. Cómo “la ingesta emocional juega un papel importante en la epidemia de la obesidad” es el eje de este relevamiento, a cargo de Mónica Katz, médica especialista en nutrición y directora de la Carrera de Especialista en Obesidad y del Posgrado en Nutrición de la Universidad Favaloro (Argentina), que fue publicado junto a su colega Vanesa Anger en la revista Actualización en Nutrición.
“A partir de este hallazgo, surge la necesidad de establecer la conducta alimentaria particular de cada paciente obeso, para luego poder ofrecerle tratamientos más personalizados que incluyan el manejo de las emociones en quienes presentan hambre emocional”, propone Katz. El dato es relevante, además, si se tiene en cuenta que un elevado índice de masa corporal es un importante factor de riesgo de enfermedades no transmisibles, como la diabetes.
La intención fue estudiar la relación entre las emociones autopercibidas, las preferencias gustativas y los hábitos alimentarios, según el índice de masa corporal (IMC) y el género de los consultantes en los últimos años. “Determinamos que los estilos de ingesta no saludables, como el descontrol alimentario o la hiperfagia (ingesta descontrolada de alimentos), la preferencia gustativa por lo salado o dulce y la ingesta desencadenada por las emociones, se asociaron a un mayor IMC”, describió Anger.
El 68% de los hombres eligen lo salado contra el 41% de las mujeres. Y prefieren alimentos dulces un 59% de mujeres, sobre el 32% de los varones.
El trabajo se hizo con las historias clínicas de 481 personas (399 mujeres y 82 hombres) mayores de 18 años que entre 2010 y 2013 se acercaron por primera vez al consultorio de las profesionales. Se obtuvo el consentimiento informado por parte de los involucrados y se exploraron variables como estilos de ingesta, frecuencia alimenticia, organización, comida nocturna, preferencias gustativas y emociones autopercibidas. Más de la mitad de los consultados era obesa, por eso la conclusión está apuntada a esa problemática.
De allí surgió que los varones presentaron estilos de comida menos saludables y una preferencia por los alimentos salados, mientras que ellas evidenciaron una mayor ingesta debido a sus emociones e inclinación por lo dulce. Según Anger, “una emoción es un estado mental y fisiológico conectado a una amplia gama de sentimientos, pensamientos y conductas. La ingesta emocional es conceptualizada como el comer en respuesta a estados afectivos. La teoría psicosomática ha sido la primera en establecer que los comedores emocionales carecen de la habilidad de distinguir entre el registro de hambre y otros estados emocionales negativos. Es por eso que, frente a las emociones, en particular a aquellas del polo negativo, utilizan la comida”.
No es la primera evidencia de esta teoría que entiende que, cuando experimentan emociones negativas, las personas con sobrepeso consumen más alimentos que las personas de peso promedio, aunque sigue sin haber hipótesis precisas sobre el proceso por el que esto ocurre. Sobre esto, las especialistas Katz y Anger ensayaron una idea: “Aquellas personas que manifestaron comer cuando están tristes o enojadas presentaron IMC más altos que quienes no tienden a comer motivadas por estas emociones”, señala el trabajo.
Mercedes Paiva, presidente de la Federación Argentina de Graduados en Nutrición (FAGRAN), analiza los resultados de este estudio y confirma que hay relación entre el comportamiento alimentario y las emociones, aunque aclara: “No sólo con la obesidad, las conductas alimentaria se aprenden en el contexto social y cultural de cada persona, y los adultos de referencia tienen en ese sentido un valor emocional.”
Para finalizar, la licenciada María Cecilia Ponce, nutricionista de Laboratorio ALCAT Argentina, considera que la alimentación inadecuada se da, además de por las emociones negativas, por “falta de tiempo, de información calificada y de creatividad en preparar platos diferentes”, y agrega que, cuando alguien está fuera de su equilibrio, es habitual que busque gratificarse con situaciones inmediatas, lo cual lleva a empeorar su salud. “Por otro lado, las hormonas secretadas durante el periodo de estrés aumentan los niveles de glucosa en sangre, por lo cual el diabético es más afectado en estas situaciones”, aporta Ponce.

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Lic. Laura Z. Cervantes Velázquez
Licenciatura en Nutrición y Ciencia de los Alimentos
